Leer este discurso de John Taylor, aunque largo, es una gran oportunidad para no olvidar que junto a las imprescindibles reivindicaciones por una escuela pública que está siendo destruida deberían estar también aquellas que constituyen las bases y los fines de la educación misma. El discurso educativo está tan manipulado por los poderes públicos, tan lleno de hipocresías, que puede aparentar que todos apuestan por lo mismo (el bien de los niños y niñas) pero oculta que en el fondo se oponen concepciones muy distintas del ser humano, de sus fines y de su realización.
Dos instituciones controlan a día de hoy la vida de nuestros hijos:
la televisión y la escuela, por este orden. Ambos reducen el mundo
real de sabiduría, fortaleza, templanza y justicia hacia
una abstracción sin final y sin frenos.
Las escuelas están diseñadas para producir, a través de
la aplicación de fórmulas, seres humanos estandarizados
cuyo comportamiento pueda ser predecible y controlado.
Es absurdo y anti-vital moverte de aula en aula al sonido
de una sirena durante todos los días de tu infancia natural
en una institución que no te permite ninguna privacidad y
que incluso te la quita en el santuario de tu propia
casa pidiéndote que hagas tus “deberes”.
Necesitamos volver a pensar en las premisas fundamentales
de la escolarización y decidir qué es lo que queremos
que los niños aprendan y por qué.
Tenemos que devolver a los niños tiempo libre desde ya mismo
porque esa es la clave para el auto-aprendizaje,
y debemos re-introducirles en el mundo real tan rápido
como sea posible para que el tiempo libre pueda
ser gastado en algo más que abstracciones.
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