La sobrecarga de deberes escolares llevan tiempo suscitando una gran polémica y han sido las familias, a través de la Organización CEAPA, las que han puesto el debate sobre la mesa proponiendo que se revise drásticamente esta práctica y, mientras tanto, invitando al resto de familias a que se nieguen a aceptar que sus hijos e hijas realicen tareas escolares durante los fines de semana.
La locura de los deberes ha llegado incluso a Infantil, donde los niños y niñas han de realizar tareas obligatorias, fuera de unos tiempos escolares ya de por sí sobrecargados con actividades que embotan con frecuencia la creatividad y la necesidad de jugar y aprender jugando característica de estas edades.
Compartimos plenamente el comunicado que al respecto ha difundido la Federación de movimientos de Renovación Pedagógica de Madrid y lo dejamos aquí para la reflexión:
Madrid
a 14 de noviembre de 2016
Comunicado de los Movimientos de Renovación Pedagógica de Madrid
¿Deberes, si o no? Es un
debate cuya respuesta no puede reducirse a blanco o negro.
Los deberes se han convertido
en un tema de gran controversia y actualidad en muchos centros educativos y han
provocado “alarma” social debido a la sobrecarga de los niños y niñas cuando
llegan a casa.
En muchas ocasiones las tareas
escolares provocan desigualdades sociales, ya que hay familias que pueden
ayudar a sus hijos e hijas en las tareas o incluso pagar clases particulares y
otras no. Otras veces provocan enfados entre padres e hijos, tensiones que
desestabilizan el equilibrio familiar.
Si el objetivo docente es
crear hábitos de trabajo en un tiempo y espacio que no puede controlar sería
imprescindible contar con la opinión familiar y valorar, en cada contexto, si
un trabajo colaborativo en este sentido es posible por múltiples razones,
fundamentalmente las condiciones y posibilidades familiares.
Pero cuál es, con frecuencia,
el sustrato real: repasar y reforzar o incluso hacer lo que no ha dado tiempo
en la escuela.
Respecto a lo primero supone
una desventaja pues implicaría tiempo extra para revisar individualmente con el
alumno o alumna, si es que pretendemos que sea eficaz, lo que con la actual
ratio y organización escolar es inviable. Lo segundo resulta sencillamente
aberrante pues se convierte en una herramienta para la competición y la segregación entre quienes disponen de los
medios para convertir la casa en una escuela (tiempo y conocimientos o dinero)
y quienes no. Todo ello sin contar con la opinión de quienes han de
gestionarlo, las familias. Los currículos irracionales e interminables y su
compartimentación en múltiples materias son en buena parte responsables de la
escalada de los deberes. Fundamentalmente alimentados por la exigencia de pruebas
externas patrocinadas por organismos económico como la OCDE, obedecen a una
manifestación, entre otras, de un sistema educativo basado en el
autoritarismo y la disciplina, cuyo fin no es el aprendizaje sino mantener una
educación mercantilista y segregadora.
Además, la actual inflación y
formato de deberes no tiene en cuenta para nada a quienes supuestamente habrían
de beneficiar: al alumnado.
En primer lugar porque a los adultos se nos ha olvidado que los niños
y las niñas tienen derecho a jugar, al ocio, e incluso al trabajo creativo; es
básico para el desarrollo de todas sus potencialidades y un principio que recogen
la Convención de los Derechos del Niño y la mayoría de nuestras leyes
educativas. No se les puede regular todo, no funcionan como los adultos y
necesitan tiempo. Tiempo para disfrutar jugando, tiempo para pensar, en
definitiva tiempo para ser libres. No hay que obviar que actualmente la jornada
de muchos niños y niñas comienza a las ocho de la mañana y llegan a casa
pasadas las siete de la tarde para enfrentarse a la ardua tarea de los deberes.
Esto, lógicamente, provoca además que, al anular o limitar extraordinariamente
el poco tiempo libre disponible, pierdan el interés en las materias y aumenten
su fatiga física y emocional. Y es que un deber es la garantía de un derecho y
no la represión del mismo. Los deberes que la escuela impone reprimen el
derecho de niñas y niños a crecer y convivir de forma saludable en entornos
familiares, sociales y ambientales. ¿Quién tiene entonces el deber de
garantizar este derecho?
En segundo lugar porque, tal
como se producen, ignoran la existencia de diferentes tipos de capacidades y la
teoría de las inteligencias múltiples de Gardner. Los deberes escolares, como
continuidad de la apuesta academicista del centro, contemplan solo unas determinadas capacidades clásicamente
valoradas, como la lengua, las matemáticas y el inglés, olvidando y excluyendo
otras como la música y la educación artística y reforzando así desigualdades
entre el alumnado que podría desplegar esos otros tipos de inteligencias.
Existe otra controversia
infundada de un pensamiento tradicionalista que considera que el esfuerzo ha de
ir acompañado de dedicarle horas y horas a las tareas escolares. “Cuantas más
cantidades de ejercicios hagas más aprenderás, mejores notas académicas sacarás
y mejor trabajo tendrás en el futuro”. Una falacia pues se trata de una
cuestión de calidad y no de cantidad. Hacer los ejercicios no determina que el
niño o la niña se esté esforzando. Entonces ¿esfuerzo es sinónimo de
deberes? Existen otros mecanismos para consolidar lo aprendido en clase el
día anterior.
Entendemos que el tema requiere
una profunda reflexión que va más allá de la conciliación familiar entre
escuela y horario laboral. Es contra el sistema imperante contra el que tenemos
que unirnos y favorecer espacios de diálogo, de escucha, conocer y participar
en el proyecto educativo de las escuelas, el que ha de incorporar ese derecho
de las familias y sus posibilidades de acompañamiento en cada contexto.
El trabajo en casa, ha de ser
producto del acuerdo escuela-familia, que cuente también con el alumnado. Debe
funcionar como un enriquecimiento deseado fuera del aula, como un impulso y
motivación que ayude a niños y niñas a
despertar su curiosidad por aprender, siempre con propuestas realizables de
manera autónoma, que puedan espolear el placer de investigar preguntando,
analizando, reflexionando, creando, imaginando, leyendo con iniciativa;
aprendizajes significativos que les llevará al verdadero desarrollo de sus
potencialidades. Las familias, los maestros y maestras tienen que saber
crear este deseo por aprender.
Este debate, en algunos
contextos, se está desvirtuando y en lugar de ser una discusión
enriquecedora que nos lleve a la reflexión y al consenso, se está convirtiendo
en un arma para separar a familias, alumnado y docentes por diferentes motivos
(sensibilidades heridas, falta de escucha,…). Vivimos un momento en el
que la comunidad educativa debe estar más unida que nunca y debemos
luchar juntos por la escuela pública que queremos.
Como dice AlfieKohn es su
libro El mito de los deberes, “Queremos niños completos, que se desarrollen
social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y
ser niños”.
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